¡Hola holita, Miguelitos!
¿Qué os contáis esta semana? ¿Y cómo? ¿Con los dedos de las manos, con los de los pies o con ambos? O con un ábaco, si lo tenéis, que nosotras no sabemos, eh (yo querría tener uno. Me gustan mucho los ábacos). Nosotras preferimos contar con los dedos, nos gusta el proceso, pero nos interesa saber cuáles son los vuestros.
¿Sabéis qué? Esta semana queremos traeros una reflexión acerca del mundo moderno, en particular de algo que nos toca muy de cerca y sobre lo que sentimos una fuerte pasión: la comida. Suponemos que ya sabéis que nosotras muy veganas no somos [porque queso como argumento importante y porque miel, carne y pescado como argumentos secundarios (y porque chocolate como argumento irrefutable)], y que por ello ciertas nuevas formas de alimentación y determinados «nuevos» alimentos que surgen a raíz de este movimiento alimenticio no cesan nunca en asombrarnos y llamarnos la atención.
Hoy le ha tocado el turno a la berza forrajera, alimento que, por lo que parece, al jefe de Camino le flipa. ¿No sabéis qué es la berza forrajera? ¿Cómo es esto posible? ¡Si posee un alto contenido en agua, minerales, fibra, vitaminas y calcio! ¡Si es básicamente un superalimento! ¡Si está en boca de todos! Ah, amigos. Es que a lo mejor la conocéis como kale. ¡Pues sí! ¡Sorpresa! La kale que ahora es tan popular es, lo que en nuestros pueblos, se le echaba a los cerdos, las gallinas… y a veces al caldo o al estofado de patatas cuando no había otra cosa (recalcando el «cuando no había otra cosa», porque a nadie le gustaba pensar que estaba comiendo lo mismo que comían sus cerdos). De hecho, no es una comida que en su momento fuera especialmente apreciada, ya que es muy dura y tiene un sabor muy fuerte.
Este verano tuve oportunidad de hablar con un primo mío, que es agricultor de toda la vida (y primo suyo desde que nació) y que ha vivido siempre en un diminuto pueblecito de León con… ¿200 habitantes y 7 perros (y un puñado de pokémon, como en mi pueblo, que somos 700 habitantes y 2 zubats)? Probablemente. El caso es que estábamos dando una vuelta por su huerta, que es preciosa y enorme, y da la casualidad de que las berzas son de las pocas verduras que sé distinguir a simple vista (bueno, que soy de ciudad, no me juzguéis), y cuando le comenté el tema de la kale se quedó patidifuso, el hombre. De hecho, en sus palabras «¿En serio? Pues si lo llego a saber me hago rico hace años, que siempre nos sobran berzas y las usamos para las gallinas o la tierra». Me hizo gracia ver el cambio de la escala de valores.
Después de esa interesante charla con mi primo surgió en el curro un día el tema porque mi jefe se estaba ventilando una ensalada de quinoa y kale y estuvimos de coñas con la berza forrajera hasta el infinito.
Mi padre, de hecho, solo la planta para las gallinas, aunque ellas prefieren el maíz, que también plantamos solo para ellas. Con eso y con las típicas ensaladas de brotes, que también son cosas que se le echan a los animales, está bastante mosqueado. Son cosas que se pueden cultivar y encontrar tan fácilmente que siente que están engañando a la gente. (Al padre del gallego ya todo lo que sea comprar cosas que puede producir por él mismo, ya sea en su huerto o con sus animales, le produce sarpullido, así que…).
En realidad, todo esto de los superalimentos es una gran estafa que se basa en la manipulación. ¿Que esos alimentos son malos o no aportan lo que dicen aportar? ¡Para nada! Muchos de ellos lo hacen y son sanísimos, como otros muchos que no entran en la definición o a los que no se les hace publicidad, pero son alimentos que no cuesta nada producir y que se venden como si fueran oro y milagrosos. Pero, hey, es un negocio redondo. Coges algo que suele sobrar y a lo que la gente no le da importancia alguna, le cambias su feo, feo nombre por uno bonito, exótico y comercial; comienzas a decirle a la gente las maravillosas cualidades de ese producto y voilá! Ya te has hecho rico quitándoles la comida a los pobres cerdos. Esperamos que estéis orgullosos. Qué os habrán hecho los cerdos a vosotros.
Pues sí, Miguelitos. A nosotras todas estas cosas nos llaman mucho la atención [aunque habéis de saber que apoyamos a muerte el nombre de berza forrajera (¿veis? ¡Si hasta su nombre lo indica! ¡Es forraje!) vs el de kale. Es más… poético]. Por lo general, los alimentos que ahora se consideran «super» o están enfocados a un público más del Primer Mundo son los que, en su momento, comían los pobres, como las anguilas (ahora a precio de oro), el caviar, las bayas de Goji, los canónigos, las semillas de lino, la levadura alimenticia o la espirulina (dentro de poco el pan va a ser considerado un superalimento porque aporta de todo y se venderá a precio de lingote de oro). Y qué nos decís de los berberechos, comida de pobres por excelencia y que ahora cuestan un riñón. Es realmente interesante (el día en que esto pase con los grelos me voy del mundo. Odio los grelos).
Y esta es, básicamente, nuestra reflexión. La capitalización de los alimentos basada en las nuevas formas de comer. La desinformación (¿a alguien se le había ocurrido pensar que la kale era en realidad berza forrajera, de esa que crece como maleza en los huertos, que sale con mucha facilidad?) de la gente respecto a estos superalimentos. Y, por supuesto, la injusticia social de que estas cosas se vendan tan caras cuando a los agricultores, mariscadores y demás les paguen tan poco por ello.
¿Quizás esto es un poco serio para nosotras? No os preocupéis, no solemos aguantar mucho siendo serias. La semana que viene apareceremos seguramente con alguna otra chorrada sin sustancia. No desesperéis.
Después de esa interesante charla con mi primo surgió en el curro un día el tema porque mi jefe se estaba ventilando una ensalada de quinoa y kale y estuvimos de coñas con la berza forrajera hasta el infinito.
Mi padre, de hecho, solo la planta para las gallinas, aunque ellas prefieren el maíz, que también plantamos solo para ellas. Con eso y con las típicas ensaladas de brotes, que también son cosas que se le echan a los animales, está bastante mosqueado. Son cosas que se pueden cultivar y encontrar tan fácilmente que siente que están engañando a la gente. (Al padre del gallego ya todo lo que sea comprar cosas que puede producir por él mismo, ya sea en su huerto o con sus animales, le produce sarpullido, así que…).
En realidad, todo esto de los superalimentos es una gran estafa que se basa en la manipulación. ¿Que esos alimentos son malos o no aportan lo que dicen aportar? ¡Para nada! Muchos de ellos lo hacen y son sanísimos, como otros muchos que no entran en la definición o a los que no se les hace publicidad, pero son alimentos que no cuesta nada producir y que se venden como si fueran oro y milagrosos. Pero, hey, es un negocio redondo. Coges algo que suele sobrar y a lo que la gente no le da importancia alguna, le cambias su feo, feo nombre por uno bonito, exótico y comercial; comienzas a decirle a la gente las maravillosas cualidades de ese producto y voilá! Ya te has hecho rico quitándoles la comida a los pobres cerdos. Esperamos que estéis orgullosos. Qué os habrán hecho los cerdos a vosotros.
Pues sí, Miguelitos. A nosotras todas estas cosas nos llaman mucho la atención [aunque habéis de saber que apoyamos a muerte el nombre de berza forrajera (¿veis? ¡Si hasta su nombre lo indica! ¡Es forraje!) vs el de kale. Es más… poético]. Por lo general, los alimentos que ahora se consideran «super» o están enfocados a un público más del Primer Mundo son los que, en su momento, comían los pobres, como las anguilas (ahora a precio de oro), el caviar, las bayas de Goji, los canónigos, las semillas de lino, la levadura alimenticia o la espirulina (dentro de poco el pan va a ser considerado un superalimento porque aporta de todo y se venderá a precio de lingote de oro). Y qué nos decís de los berberechos, comida de pobres por excelencia y que ahora cuestan un riñón. Es realmente interesante (el día en que esto pase con los grelos me voy del mundo. Odio los grelos).
Y esta es, básicamente, nuestra reflexión. La capitalización de los alimentos basada en las nuevas formas de comer. La desinformación (¿a alguien se le había ocurrido pensar que la kale era en realidad berza forrajera, de esa que crece como maleza en los huertos, que sale con mucha facilidad?) de la gente respecto a estos superalimentos. Y, por supuesto, la injusticia social de que estas cosas se vendan tan caras cuando a los agricultores, mariscadores y demás les paguen tan poco por ello.
¿Quizás esto es un poco serio para nosotras? No os preocupéis, no solemos aguantar mucho siendo serias. La semana que viene apareceremos seguramente con alguna otra chorrada sin sustancia. No desesperéis.
Con mucho amor y brillis brillis
Camino y Marina
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