domingo, 21 de octubre de 2018

Los señores de nuestros hijos.

¡Hola holita, Miguelitos!

¿Qué tal andáis? ¿Vais cojeando o tenéis esos andares que parece que os coméis el mundo con ellos?  ¿Preferís no andar e ir en transporte? Sea como sea, caminéis como caminéis y os desplacéis como os desplacéis (aunque aconsejamos en bici, andando o en transporte público, porque cada vez los niveles de contaminación están creciendo más y así a lo tonto nos estamos cargando el planeta y no puede ser, que por ahora solo tenemos uno que nos sirva y que tenga queso) (¿Os imagináis que tenemos que mudarnos a otro planeta donde no hay queso? ¡GASP!), nosotras os queremos, y por eso estamos en otra semana más y aquí seguimos, dispuestas a amenizaros el domingo o el día en el que estéis leyendo esta entrada. ¡Bienvenidos/as/es!
El caso. Nosotras hoy venimos a hablaros de un tema muy importante: ser el señor de tus hijos. A lo mejor os encontráis algo confusos respecto a este término/decisión vital. No os culpamos, nosotras cuando lo oímos por primera vez también nos quedamos algo patidifusas, pero después todo cobró sentido y veréis cómo lo hace también para vosotros. El caso es que este deseo nuestro de ser los señores de nuestros hijos comenzó hará unos años, cuando aún estábamos en la carrera y la vida era más fácil y satisfactoria… ¡Dentro flashback!
 
Estábamos en Nuevas formas de parentesco y familia, donde se estudian… bueno, las nuevas formas de parentesco y familia. Es bastante autoexplicativo. Ejem. Volvamos al caso. Era por la tarde y nosotras habíamos comido no hacía mucho, por lo que estábamos algo amodorradas (aunque ese es nuestro estado siempre, no solo después de comer) y no estábamos haciendo caso a la cháchara de la profe con toda nuestra fuerza de concentración. Pero en ese momento oímos algo que nos llamó poderosamente la atención. 
Veréis, en algún país (no recordamos exactamente cuál, pero creemos que era latino) una pareja de mujeres había tenido un bebé gracias al semen de un donante masculino y al óvulo de una de ellas. Todo bien hasta aquí, ¿verdad? Cuando fueron al registro civil, sin embargo, se encontraron con un problema: en ese país se requería que el donante masculino también se incluyera dentro de la forma familiar ya que allí se rige también por la paternidad biológica, de modo que el bebé tendría dos madres y un padre (cuyo papel en la vida del niño sería meramente nominal). Pero la profesora no lo expresó así exactamente. En cambio, dijo que ese niño tenía dos madres y «un señor». Y nosotras, siendo quienes somos, salimos de nuestro amodorramiento al instante y nos gustó tanto la idea que decidimos que qué maravilla, que la idea de un niño teniendo a sus padres y además un señor era genial y que nuestros hijos tenían que tener un señor. Y que qué coño,  no iba a haber participación por parte de hombres ajenos porque nosotras mismas queríamos ser el señor de nuestros hijos, que tendrán dos padres y dos señores. ¿Quién mejor que nosotras para ser los señores de nuestros hijos?

Una vez decidido esto, todo fue sencillo. Por supuesto, seremos los mejores señores que nuestros hijos puedan tener, llamados Señor I y Señor II, porque era necesario buscar nombres de señores. Cuando seamos señores, engolaremos la voz y hablaremos de forma muy fina y educada (y a lo mejor con acento británico), y, por supuesto, tendremos un estricto código de vestimenta que, de hecho, es muy similar al que tenemos en la portada actual: sombrero de copa, monóculo, bigote y gabardina o traje. Sin olvidar, claro está, el bastón. Y cada una será también el señor de los hijos de la otra, es decir, Camino será también el señor de los hijos de Marina y Marina también será el señor de los hijos de Camino en los momentos en que podamos llevarlo a cabo.

En realidad, no es que planeemos ejercer mucho de señores, por lo general esto no se notará demasiado, porque los días son cortos y hay mucho que hacer y Señor II y Señor I no tienen tantas responsabilidades como Marina y Camino (por lo que pueden ocuparse de sus propios asuntos), pero pretendemos conseguir que nuestros futuros hijos sean conscientes de que tienen sus propios señores con un sistema de refuerzo diario que explicaremos y expondremos gráficamente a continuación.
Pongamos, por ejemplo, que en este caso tanto los hijos de Camino como los de Marina se han quedado a dormir juntos (porque, por supuesto, les obligaríamos a ser amigos). Esto sería lo que pasaría:

Y esto se daría cada noche desde que los niños nacieran, cada una en su casa. Todas las noches primero daría las buenas noches mamá Marina o mamá Camino y, posteriormente, tras un pequeño ratito, Señor II o Señor I. Y a veces, los dos a la vez. Toda una fiesta antes de dormir.

Los señores de nuestros hijos, claro está, también aparecerían en ocasiones importantes, como algunos cumpleaños, sus pequeños ritos de paso… o el momento de conocer a la pareja sentimental de nuestros retoños (para que sepan a lo que atenerse, porque eso significará que nuestros nietos ¡también tendrán señores!) (La tradición de los señores es un tema serio y de vital importancia para el desarrollo de las generaciones futuras).

Y hasta aquí la entrada de hoy, porque sabemos que esta bomba necesita fermentar y madurar en vuestras conciencias antes de que la aceptéis como lo que es, una idea maravillosa que revolucionará las relaciones paterno-filiales en el futuro. La clave está en tener una cajonera o cómoda al lado de la puerta del cuarto de vuestros hijos para que la transformación sea inmediata. Sabemos que ahora queréis ser los mejores señores de vuestros hijos, así que no dudéis en pedirnos consejos y hacernos ruegos y preguntas, no dudaremos en contestaros porque propagar la vergüenza ajena es nuestro sino.

Con mucho amor y brillis brillis
Camino y Marina

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