domingo, 23 de diciembre de 2018

Dulces navideños, ¡a comer!

¡Hola holita, Miguelitos!

¡Estamos a vísperas de Navidad! ¡Navidad, Navidad, dulce Navidad! ¡La alegría de este día hay que celebrar! ¡Hey! ¿Cómo estáis todos? ¿Bien, genial, estupendamente? ¡Nosotras emocionadas! ¡Tenemos unos días de descanso (apenas me lo puedo creer, creo que voy a llorar)! ¡Y la posibilidad de ponernos ciegas a comida casera y rica (mi parte preferida de estas fechas, la verdad), a desafinar con villancicos castellanos [muy diferentes a los ingleses, porque nosotros tocamos con entusiasmo la zambomba, la pandereta, la carraca y la botella de anís y ellos son finos cual velo de tul y cantan en coros con voces dulces y angelicales (excepto Santa Claus is coming to town, porque tengo un buen recuerdo de ese villancico cantándolo a grito pelado por las calles de mi pueblo unas Navidades. Los vecinos no creo que guarden tan buen recuerdo) (tal vez sea porque no eres inglesa, Marina, y por eso sonaba diferente cantado por ti)] y gallegos.

Y encima estamos muy contentas porque, no sabemos si os habréis dado cuenta, pero ¡no os hemos descuidado ni un día y hemos tenido entradas para vosotros durante más de un año entero, sin fallaros! Estamos tan orgullosas de nosotras mismas y nuestra responsabilidad. Deberíais aplaudirnos o celebrar una fiesta en nuestro honor (a la que no asistiremos porque no nos gusta relacionarnos con gente porque IUU gente). O enviarnos galletas para celebrarlo. O queso.


Bueno, pasemos a lo gordo. Y no nos referimos al de Navidad, que a estas alturas ya debe estar repartido y a lo mejor nosotras somos ricas (¿¿os imagináis?? El sueño de mi vida), sino al grueso de la entrada. Hoy hemos venido a hablar de turrones y otros dulces navideños. Concretamente, a analizar (quien dice analizar, dice comentar un poco por encima) su magnífica magnificencia o su asquerosidad curiosa, porque se siguen vendiendo como el primer día.

Por cierto, este tema es algo controvertido aquí entre los Migueles: ya os dijimos en su momento que no solemos discrepar en nada, pero en algunos de estos dulces que vamos a exponer a continuación lo hacemos con fuerza.


Y sin más dilación, ¡ahí van los dulces!

1. Turrón
El dulce imprescindible de las Navidades. El rey de estas fechas, la tradición más clásica. El turrón se merece sus propias subclases porque hay tanta variedad que la palabra no es capaz de englobarlas a todas. Existe el de Alicante (el duro), el de Jijona (el blando), el de chocolate, el de fruta escarchada, el de praliné, el de fresa y nata, el de trufa, el de coco, el de Oreo, de yema tostada, nueces, guirlache… decid algo y seguro que se ha hecho turrón.

Camino: yo soy una persona muy clásica y mi orden en turrones es Jijona, Alicante, praliné y yema tostada. Los demás son añadidos que en mi casa no entran, porque pijerías las mínimas (y aberraciones como el turrón de coco, tampoco). Bueno, mentira, en mi casa también entra el de frutas, pero no cuenta. Nunca cuenta. Asquerosidad más grande no se ha inventado, de modo que no, no y no. JIJONA Y ALICANTE FOREVER.

Marina: la tradición en mi familia heredada de sus familias siempre fue comprar todos los turrones disponibles y poner un trocito de cada uno en la bandeja para que estuviera colorido y hubiera variedad, así que entran de todos y todos se consumen (excepto el de coco, que no lo consideramos digno). Aunque el gran protagonista es y siempre será el de praliné de nata y fresa. A mi madre le parece asqueroso y en general no suele gustar, pero sin él las Navidades no son Navidades para mi padre, mi primo y para mí. Además, como no es muy popular, es difícil de encontrar y siempre termina siendo una competición/juego ser quien lleve el turrón glorioso a la cena de Nochebuena. Una vez mi padre telefoneó directamente a la marca La Casa para saber exactamente dónde lo vendían.

2. Figuritas de mazapán
Otro de los clásicos y siempre presentes, hecho de almendras y azúcar, denso y pesado. Generalmente viene en forma de figuritas vagamente reconocibles, como ameba deforme y bicho bola aplastujado.

Camino: me encanta el mazapán. Se me queda en las muelas y cae al estómago como una piedra (come dos figuritas y olvídate de levantarte del sillón), pero es delicioso.

Marina: no soy una gran fan del mazapán, pero la verdad es que no le hago ascos y si hay que hincharse a ellos, una se sacrifica y se hincha a ellos... en la medida de lo posible.

3. Polvorón
Dulce clásico entre los clásicos, hecho con harina, manteca y azúcar y que se deshace en polvo al comerlo.

Camino: no es de mis preferidos, más que nada porque comerlo conlleva tanto trabajo como peligro. Primero tienes que aplastujar el polvorón para compactarlo en una especie de pasta, porque si no te puede traicionar, hacerte pensar que estás a salvo y volverse polvo justo cuando vas a tragar, con el atragantamiento que eso trae. Aunque hay que reconocer que está rico, de forma que muchas veces me expongo a morir ahogada solo porque me mola. El polvorón, no morir ahogada.

Marina: si bien no soy exactamente fan de comer, bueno, polvo, he de reconocer que es una comida de lo más divertida. Es un alimento que genera una gran cantidad de juegos en torno a él, la mayoría de ellos con gran riesgo para la integridad física de cualquier individuo en un radio de un kilómetro (nunca hay que subestimar el poder de un polvorón, no escatimemos en distancias). Así que sí, comed polvorones, pero con precaución, que los carga el diablo.

4. Roscón de Reyes
¡LA ESTRELLA DE LA NAVIDAD! Un delicioso bollo de masa dulce con forma de rosquilla gigante, adornado con rodajas de fruta escarchada o confitada de colores variados. Puede rellenarse de nata montada y otras pijadas que no mencionamos porque no somos de pijadas. Delicioso, el bollo por el que muchos pasan esperando todo un año.

Camino: siempre. SIEMPRE. Me da igual si lleva o no nata, aunque lo prefiero con (porque gordura máxima). Eso sí, yo siempre le quito la fruta escarchada (menos la guinda) porque me parece una guarrada sin igual que solo gusta a ancianos y a Marina, que debe de tener algún tipo de problema (además, lo verde es calabaza. WTF, calabaza). Tengo una estrategia para alargar la temporada de roscón hasta febrero que básicamente consiste en… bueno, en comprar roscón a partir del 30 de diciembre y seguir comprando hasta febrero. Es bastante autoexplicativa. Me ENCANTA el roscón de Reyes, y más el día de Reyes, con un buen tazón de chocolate (del español, ese que es tan denso que la cuchara se queda prácticamente de pie en la taza). HMMMMMM.

Marina: lo amo. En serio, lo hago. Una vez una amiga mía me dijo que su plan de vida era casarse con un panadero para poder comer roscón todos los días del año y nunca he estado tan abordo en un plan. El roscón de Reyes es maravilloso de todas las formas posibles y especialmente con nata y fruta escarchada, ¡porque la fruta escarchada está rica, Camino, deliciosa! ¡Me da igual que lo verde sea fucking calabaza! ¡Mejor que sea calabaza y no kiwi! Además, también es un dulce con cierto nivel de peligro ya que al comer con afanosidad (que es la única forma de comerlo que conozco) te arriesgas a morir atragantado al tragarte la figurita o el haba. Pero miradlo por el lado bueno, ya no os tocará pagar el del año que viene.

5. Rosco de vino
Con forma de rosquilla y cubiertos de azúcar en polvo, se denominan así porque llevan vino en la masa.

Camino: no los odio ni los amo. Simplemente respeto su existencia. A veces me como alguno si no queda turrón, pero poco más. Es uno de mis grandes olvidados.

Marina: no es un dulce navideño que entre en mi casa y no por nada especial, simplemente preferimos ponernos morados del resto de dulces y luego beber el vino por separado. Llamadnos rebeldes si queréis.

6. Peladillas
Almendra (o piñón, en su defecto) confitado y recubierto de pasta de azúcar.

Camino: lo mismo que el rosco de vino, respeto su existencia y, como suelen ser las cosas que menos se comen en Navidad (teniendo en cuenta la ingente cantidad de otros dulces ricos que existen), a veces me encuentro comiendo algún puñado por marzo. Están buenas, pero tampoco son el no va más.

Marina: mmmm, peladillas. Me encantan. Además no se ponen malas, duran una barbaridad y no mancha comerlas. Win-win.

7. Mantecados
Dulce clásico amasado con manteca que puede incluir ajonjolí y esencia de canela. Son esas cosas tan mantecosas, como su propio nombre indica, que se te hacen bola en la boca.

Camino: ¡me encantan los mantecados! Están buenísimos, se deshacen en la boca con densidad y argggg, babeo de pensarlo. Es como un dulce muy de abuelo, pero de verdad, qué delicia maravillosa.

Marina: no puedo con los mantecados. Me dan esa sensación de pastosidad desagradable en la boca y mantecoso y pastoso y no me mola. Nope. Todos para mi padre que los ama y los cocina cuando le da la vena repostera, pero yo ni con un palo pegado a otro palo.


¡Y hasta aquí todo, queridos Miguelitos! Sabemos que probablemente haya otros dulces navideños hiperclásicos, pero o no se nos ocurren más o no están en nuestras mesas. De forma que, si vosotros tenéis alguno más, ¡contádnoslo! Siempre estamos dispuestas a aprender acerca de comidas que pueden elevar nuestros niveles de azúcar en sangre a zonas estratosférica, es divertido (para nosotras. Para nuestros dientes, cuerpo y personas que nos rodean, no. Pero nos la toca) (Sobre todo para las personas que nos rodean. Ya hemos hablado más de una vez lo que nos pasa cuando se nos sube el azúcar).

Y tal y como manda la educación en estas fechas tan señaladas, esperamos que paséis una feliz Navidad, solsticio, saturnalia, Yule, o lo que celebréis, como si celebráis la inutilidad de la especie humana y su inminente extinción, a nosotras toda celebración, siempre que incluya comida a montones y los sacrificios estén restringidos (que no prohibidos), nos parece bien.



Con mucho amor y brillis brillis
Camino y Marina

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