domingo, 2 de diciembre de 2018

La magia de los pelirrojos.

¡Hola holita, Miguelitos!



¿Cómo vais llevando el día? ¿La semana? ¿El mes? ¿El año? ¿¡El siglo!? Tened en cuenta que ya empieza la temporada de ir revisando si os habéis portado bien y empezar a hacer buenas obras para compensar si no habéis sido buenos o no recibiréis ningún regalo (a no ser que seáis niños mimados, que entonces recibiréis sí o sí, o si sois pobres, que entonces no. La cruda y materialista realidad).

Nosotras hemos sido muyyyy buenas (como siempre), así que seguro que los Reyes Magos nos traen montones de cosas.
Seguro.
Cof.
O algún detallito al menos. Para no llorar. Porque… hemos sido buenas… pero somos pobres. Y tal. Y… eso.


¡En fin! A pesar de todo, no hemos venido a dejaros una lista de posibles regalos para las Navidades (aunque es una magnífica idea. Apuntada queda para otra entrada. Muy bien, Camino). No, en realidad esta entrada es una excusa para hablaros de algo que nos gusta mucho: los pelirrojos (ay que te cojo). Sí, habéis leído bien, queridos Miguelitos. Estas Migueles tenemos algo con los pelirrojos, porque tienen un  no-sé-qué-qué-sé-yo que nos atrae como polillas a la luz, gatos a la maldad, hierro a los imanes, dulces a nosotras.

Veréis, toda esta reflexión comenzó cuando volvimos a ver juntas la mejor película moderna de Disney Channel de todos los tiempos, Lemonade Mouth (de la que ya os hemos cantado las loas en otra entrada). ¿Por qué? Porque en esa película sale un pelirrojo, no hay otra razón. A veces tenemos extraños procesos de pensamiento, pero en este caso fue todo muy lineal. No es como si no nos hubiéramos percatado de que los pelirrojos existen antes de ese momento, las dos hemos leído y visto Harry Potter, que son los libros y películas con más pelirrojos por metro cuadrado (incluso más que Braveheart, que va de escoceses), pero, claro, nunca habíamos cogido consciencia de ello. El caso es que no tiene nada de especial, ese pelirrojo. Solo que es pelirrojo, un amorcete de personaje y que canta bien, pero ya está. Su apariencia física no es la de un dios noruego ni la de alguien feo a rabiar. Es un hombre normal… ¡error! Porque cuando uno comienza el visionado de la película, lo máximo que piensa es «mira qué hombre más majete», pero cuando acabas la película tienes ansia de tirarle las bragas. Y he aquí la magia de los pelirrojos.


Aquí las Migueles sospechamos que tienen una especie de magnetismo que elimina, al cabo de un rato, las posibles imperfecciones y fallos, y lo llena de atractivo, genialidad y exotismo. Tal vez tiene que ver con tener el pelo de distintos tonos de fuego. Tal vez con la tez pastosa pálida y, en ocasiones, pecosa. Tal vez con los ojos. Tal vez es todo su conjunto, que da lugar a un ser humano superior e indudablemente interesante [que a lo mejor luego son todos unos capullos, porque la verdad es que nunca hemos cruzado palabras con alguien realmente pelirrojo (porque cuando yo estuve de pelirroja fue gracias a la acción del tinte, lamentablemente), así que en realidad no tenemos ni idea de cómo son, aunque sospechamos que son personas bastante normales como el resto de seres humanos (Pero bueno, tampoco nunca hemos tenido una conversación mínimamente interesante con un queso y no por ello los amamos menos)].


De hecho, una costumbre que tenemos es que cuando una ve a un pelirrojo, se lo cuenta de inmediato a la otra, a ser posible a grito pelado. Camino se lo pasó pipa en Escocia por esa razón y por otras muchas (¡conté cincuenta y pico pelirrojos! Yo estaba en la gloria), porque entre contar pelirrojos y hombres con falda… ah, un buen viaje (otra cosa de la que probablemente hablemos en otra ocasión, los hombres en falda, esa maravilla de la existencia humana). Aunque, claro, como tenemos la sutileza donde no nos da el sol, pues estamos seguras que la mayoría de los pelirrojos que vemos se percatan de que los estamos mirando fijamente, porque es difícil no hacerlo cuando hay dos chicas en medio de la calle dando vueltas en círculo y gritando «¡Mira, Marina, un pelirrojo!», «¿¡Dónde, Camino, dónde!?». En realidad a nosotras nos da igual y somos muy felices con ello, pero la gente que va con nosotros no lo pasa tan bien y se avergüenza un poco. Gajes de la vida.


Y hasta aquí, porque la verdad es que los pelirrojos es algo maravilloso que es necesario ver y admirar más que comentar, porque es de esas cosas que se disfrutan en silencio. O gritándoselo a tu mejor amigo/a

Con mucho amor y brillis brillis
Camino y Marina

P.D.: cuando decimos pelirrojos nos referimos a todo género de pelirrojos, mujeres, hombres, niños, niñas, agénero, gatos, perros. Las vaquitas escocesas también cuentan porque son fabulosas con ese flequillito. Que ningún pelirrojo se sienta excluido. El único requisito es que tengan el pelo rojo natural. No hacemos distinciones. Solo necesitamos el pelo rojo. O naranja. Vaya, lo pilláis. Y ya.

Con mucho amor y brillis brillis
Camino y Marina

2 comentarios:

  1. Sé que yo no soy pelirrojo sino más bien pelirroja, pero, ¡qué narices! Me siento igualmente muy súper halagada 😍😍

    Además coincido en que pelirrojos (y pelirrojas) (y hombres con falda) me pierden y agradezco que alguien haya hecho por fin un texto sobre ellos (y ellas) (y elles).

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  2. Pues os cuento un secreeeeeeto, La Reina ( y yo) es pelirroja! Eso sí... teñida. ¿Vale? =F

    Abrazotes salás!!

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