domingo, 22 de julio de 2018

Días de mierda #6: Hay semanas de mierda y luego está LA semana de mierda.

¡Hola holita, Miguelitos!



¡Hey, hey, hey! ¡Qué passssaaaaaaaa! ¿Cómo os va la vida, tíos, camaradas, troncos, fenómenos, colegas, compadres? La nuestra bastante bien. Pero solo porque por fin estamos en una nueva semana, porque la anterior fue colosalmente catastrófica.

Podéis pensar que nos estamos refiriendo al calor, confusión razonable. Pero no. A diferencia de otros días, hoy no venimos a hablaros de eso, sino de algo muchísimo más importante. De cómo las fuerzas de la naturaleza son capaces de cohesionarse creando una formación sinérgica solo para putearte.

Que resaltemos y le demos importancia a esto, a primera vista, puede parecer una soberana tontería, porque, claro, que el mundo parezca empecinado en putearte es algo del día a día, sobre todo millennial. Sin embargo, suelen ser sucesos aislados y separados de suficiente tiempo como para, al final, no prestarles mucha atención. Vamos, que sí, la vida te puteó un poco, pero luego pierde importancia.

¿Pero qué pasa cuando no son solo un par de sucesos? ¿Qué pasa cuando realmente la semana se resume en «me ha mirado un gato negro tuerto mientras pasaba con un paraguas abierto bajo unas escaleras y por su culpa tiré la sal y rompí un espejo»? Eso, queridos nuestros, se convierte en lo que llamamos SEMANAS DE MIERDA y que, realmente, te hacen replantearte el karma y si quizás fuiste asesino de cachorritos y gatitos en otra vida.


¡Efectivamente! ¡Esta semana venimos a ofreceros, de nuevo y en primicia, otra entrega de nuestras semanas de mierda! Porque vaya toalla. Menuda combinación de fuerzas de la mala suerte hemos creado las Migueles. Vamos por partes, como dijo (o se supone que lo hizo) Jack el Destripador.


Empecemos por el principio de la semana. Corría un terrible y tedioso lunes. Era la hora de la cena y Marina se dispuso a conseguir algo de maíz de la nevera para añadir a su ensalada de pasta cuando, ¡OH, DRAMÁTICO SUCESO!, la puerta de la nevera que a priori debía mantenerse debidamente cerrada, decidió en este momento que se negaba a seguir con su destino y que su amor por Marina (lo sé, soy irresistible) era ya demasiado fuerte como para ignorarlo, por lo que se abalanzó sobre ella con presteza. En pocas palabras, a Marina se le cayó la puerta de la nevera encima (¡Yo solo quería maíz!). Por suerte para ella, si la colocas bien pegada el vacío la mantiene en su sitio y sigue haciendo su función de puerta, solo que para abrirla y cerrarla tienes que sujetarla con las dos manos, apoyarla en el hombro o dejarla en el suelo si tienes que sacar muchas cosas (Por suerte, todavía no me he visto en la necesidad).

Esto, ya de por si, podría cubrir el cupo de putadas semanales (sobre todo porque la casera de Marina parece que se ha tomado vacaciones y todavía la nevera está como está), pero esto no terminó aquí (si no, no nos habríamos puesto tan catastróficas con esta entrada).


El siguiente suceso semanal le ocurrió también a Marina. Y fue el martes. Por la mañana. Apenas 12 horas después de lo ocurrido con la nevera. Bien. Resulta que Marina comparte váter, ventilador y nevera discapacitada con otro ser humano. Este ser humano, al que llamaremos «el gallego» para el registro, se iba de vacaciones ese martes y decidió acercar a nuestra querida Marina hasta el metro en coche ya que le pillaba de camino a la A6 (y ya que no todos tenemos vacaciones que cogernos, al menos es un gesto bonito ahorrarles algo de tiempo por las mañanas a las personas de bien). Antes de que esto sucediera, cuando ambos ya se encontraban en el coche, el gallego exclamó, presto, «¡OH, DRAMÁTICO SUCESO! Me he dejado algo arriba. Voy en un momento, que todavía tenemos tiempo, pero mis llaves están en la maleta y la maleta está en el maletero (cumpliendo su función, que para eso se creó)». Así que Marina, como la buena samaritana que es y que todos conocéis, le prestó las llaves.

Hasta aquí podría parecer un hecho anecdótico bastante superfluo sino fuera porque cuando Marina arribó a su trabajo descubrió el bolsillo de las llaves abierto y recordó que ¡el gallego no le había devuelto las llaves! Y claro, se armó el drama. Tened en cuenta que Marina vive en una ciudad en la que no vive su familia y que las únicas llaves de su piso viajaban desde hacía al menos una hora felizmente con el gallego hacia, paradójicamente, Galicia. Como era de esperarse, Marina entró en crisis al momento, montando un espectáculo en los baños de su trabajo, llamando incansablemente al gallego y haciendo que Camino saliera de su propio trabajo para llorarle, literalmente, al teléfono porque ya se veía sola y desamparada en la calle. Tras al menos media hora de llanto incontrolado y crisis histérica, el cerebro de Marina funcionó de nuevo, le mandó un mensaje al gallego indicándole que en cuanto llegara a Galicia buscara un Correos o una empresa de transporte para mandar por correo urgente las llaves a su trabajo y le pidió a Camino quedarse a dormir esa noche en su casa si era posible. Camino, por supuesto, le dijo que no había ningún problema.

Luego hubo algún drama más por la tarde, ya que todos los Correos o empresas de mensajería que se encontró el gallego estaba cerrados o cerraban al día siguiente, por lo que no podrían enviar el paquete a tiempo, y tuvo que pasar horas dando vueltas por un polígono industrial hasta que dio con una empresa de mensajería que podía hacer el envío. Así que al final todo se tradujo en que Marina invadió la casa de Camino (ni que a mí me importara, desde luego. La recibí con pizza porque la quiero) (y estuvo toda la noche preguntándome si quería que me friera un huevo) (¡nunca se sabe! ¿Y si se había quedado con hambre?) y que al día siguiente estuvo con el estrés subido hasta que le llegaron las llaves, las cuales besó y recomprobó mil veces que estaban de nuevo en su bolsillo (Hubo un momento en el que mi jefa me dijo «no ha llegado ningún paquete para ti» en el que casi me subo por las paredes, pero se trataba de un error, así que no hubo que lamentar daños materiales).

Marina por dentro el martes y parte del miércoles.
El miércoles, por lo general, quitando algunos pequeños accidentes cotidianos sin importancia (coger cucharas de cocina por el lado equivocado, darse algún que otro golpe en el dedo meñique del pie, atragantarse con la propia saliva), fueron buenos días.

Y entonces, ¡OH, FATALIDAD!, llegó el turno de los accidentes de Camino. Realmente las mañanas habían sido buenas si ignoramos unas cuantas discusiones absurdas de esta con las personas con las que comparte casa [a las que llamaremos «familia» (yo quiero ser guay, como Marina)] y algunas crisis laborales de ella consigo misma. El caso. Esa tarde Camino había quedado con una amiga (apodada «Patata» para futuras referencias) para cenar en su casa y ponerse al día, porque a veces le da por ser sociable. Extraño, pero cierto. ¡Ah! Dato importante. Como estos días está haciendo calor, Camino iba con su atuendo informal de verano: pantalón corto y chanclas (y camiseta, no seáis malpensados, que si voy en pelotas me arrestan por escándalo público). ¡Bueno! Tras un infernal viaje de metro, llegaron a la casa de Patata y esta abrió la puerta. Y en ese momento ocurrió: el perro de Patata, un teckel adorable y bastante grande, decidió que Camino era una visita indeseada que tenía por objetivo joderles la vida y saltó. En formato ataque. Camino reaccionó, pero cuando lo hizo el perro ya le había dado un bocado en el muslo y se le volvía a lanzar. Patata tuvo, de hecho, que contener físicamente y usando la fuerza a su teckel hasta que a este se le fue el ansia asesina y se acordó que, de hecho, ya conocía a Camino y que le caía bien. Tras el susto y vaciarle medio bote de agua oxigenada y betadine en la pierna a Camino, la noche transcurrió plácidamente. (Que nadie se asuste: no es una herida grande y solo penetraron en la piel dos colmillos. Después hay alguna heridita de regalo, pero es enana. El morado que la rodea, sin embargo, se ha extendido mucho por arriba y por abajo y está de todos los colorines imaginables. Parece un cuadro abstracto. Muy bonito) (Impresiona bastante, parece que te va a contagiar algo chungo).

Camino llorando por dentro estilo Jesucristo Superstar porque el perro la conocía pero ¡la mordió!
El siguiente suceso tiene inmediata relación con este. Al volver a casa, la familia de Camino le vio el muslo, en ese momento algo hinchado y de un precioso color morado, y al escuchar su historia, se acojonaron y la obligaron a ir a urgencias. A la una de la mañana. Camino estaba emperrada (:D) en que eso no era cosa de urgencia, pero no hubo discusión posible y al hospital que se dirigieron. Tras unas horitas esperando (Camino cada vez de peor humor porque tenía sueño, se quería quitar las lentillas y al día siguiente trabajaba, y sin embargo ahí estaba, perdiendo el tiempo), los médicos le miraron la herida, hurgaron en ella para ver la profundidad de la mordida, se la desinfectaron (no sé qué me echaron, pero picaba de lo lindo), le dijeron que a antibióticos durante una semana y, cuando ella se pensaba que ya se iba… le dijeron que, de regalo… ¡tenía que vacunarse! En ese momento la enfermera llegó con dos enormes banderillas, le dijo que abajo el pantalón y le vació medio litro de medicamentos en cada nalga. Ese fue el punto de inflexión: todo el dolor que pudiera haber sentido en la pierna se le fue al culo multiplicado por diez (caminé como un pato hasta mi casa. Y no dormí apenas porque me dolía el culo. Pero muchísimo. Y al día siguiente, estar sentada en el trabajo supuso una pesadilla terrible. Lo que me jode no es que me mordiera el perro, que también, es que me plantaran semejantes vacunas en el trasero).

Y el viernes, porque al parecer no había sido lo suficientemente mierda todo lo anterior… la antitetánica hizo reacción al prender y le dio fiebre (en serio, yo tengo muy mala suerte). Además el resto de la semana lo ha pasado en la mierda porque los antibióticos la dejan para el arrastre… y sigue notando cierto dolorcillo en el culo. ¡Todo fabuloso, fantástico, fenomenal, estupendo, maravilloso!


… Por suerte el sábado de esa semana nos vimos, vimos también Hotel Transilvania 3 (porque tenemos cinco años), cuyo doblaje es espantoso, y comimos sushi y, a partir de ahí, la vida fue maravillosa. Porque compañía, descanso, películas y sushi. Si es que una vez nos vemos ya todo mejora, pero eso no quita para que haya sido una semana llena de estrés y problemas. Esperamos que os divirtáis con nuestras desventuras, porque ahora es graciosos, pero el drama era real.

Os dejamos de nuevo (pero no por mucho, no lloréis nuestra ausencia) hasta la semana que viene, recordad tener cuidado con los perros y las neveras, pueden ocurrir accidentes no deseados si cualquiera de los dos deciden tirarse sobre ti. Y no guardéis el maíz en la nevera, es una trampa.

Con mucho amor y brillis brillis
Camino y Marina

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