¿Cómo estáis? ¡Que ya se acaba agosto! ¡Ueee! ¡Y baja el
calor! ¡UEEEE! O al menos eso esperamos, porque si nos toca un septiembre
caluroso, lo mismo nos morimos y se acabó lo que se daba. Os quedáis sin
entradas chachis y todos lloramos. Bueno, todos no. Nosotras no, porque
estaríamos muertas y los cadáveres no lloran. ¡Ni para eso el calor nos da tregua! Es que la vida es muy triste.
¡Bueno! El tema de hoy va sobre algo que a las Migueles nos
encanta, nos flipa, adoramos: el algodón de azúcar. Sí, como leéis. Estamos en
la veintena y adoramos el algodón de azúcar, ¿algún problema? (*Arranca un pedazo de algodón de azúcar con agresividad, a la defensiva*). También va del parque de atracciones. Vamos, que esto es una excusa para escribir sobre un lugar que nos encanta. Sí. Pero algodón de azúcar. Porque algodón. Y porque azúcar.
El problema viene cuando lo comemos. Porque es cálido, dulce
y genial, como comer… bueno… algodón. De azúcar. Ejem. Tras este despliegue de
ingenio, volvemos al trapo. El caso, que una vez que empezamos, no paramos, y
he ahí el quid de la cuestión: como nos gusta tanto, no tenemos fuerza de
voluntad, y aunque siempre decidimos compartir uno (porque compartir es vivir)
para no ponernos muy focas, luego acabamos comprando otro, lo que a efectos
reales significa que nos hemos comido un algodón de azúcar cada una. Y ambas
Migueles somos extremadamente susceptibles al dulce: nos dan unos subidones
(más conocidos por nosotras como «azucaramientos») del carajo.
Y luego no hay quien nos aguante, porque nosotras azucaradas
somos todo un caso.
Esto suele pasar cada vez que vamos al parque de
atracciones, donde ya de por sí somos todo un espectáculo (si alguna vez vais
al de Madrid y veis a dos pavas riéndose tontamente de algo durante mucho rato,
siendo muy escandalosas y pegando unos alaridos escalofriantes en las
atracciones, es muy probable que seamos nosotras. Saludadnos), pero azucaradas
subimos a otro nivel.
No solo nos reímos por cualquier mamarrachada, nos volvemos
extremadamente dispersas y parpadeamos en exceso, sino que, además, nos volvemos MÁS escandalosas si
cabe (y creednos, es difícil). También nos da por tener absurdas discusiones en voz muy alta sobre si es «Carta en la mesa, pesa» o «Carta en la mesa, presa» (¿Cómo va a ser presa? ¿Presa quién? ¿La carta? ¿Y a quién presa? ¿A la mesa?) [¡La mesa apresa a la carta! Además, ¿cómo que la carta pesa? ¡Las cartas no pesan! (¡Ni las mesas apresan!) ¡Son de papel! … A pesar de que Fundeu nos resolvió la duda (resulta que ambos dichos son válidos, lo que pasa es que varían entre regiones) me aferro a mi versión como dicho final]. ¡Ah! Y lo más importante: nos da por cantar Un elefante se balanceaba.
Mucho. Sin fin. En serio, sin fin (Hemos llegado hasta 65 elefantes seguidos casi sin respirar. Nos lamentamos por la pobre telaraña). Podemos seguir y seguir sin cansarnos hasta
que nos da el bajonazo, cosa que puede tardar entre dos y cuatro horas dependiendo
de si hemos aderezado o no el algodón de azúcar con un crêpe de Nutella. Nuestros
pobres amigos sufren. A nosotras todo nos hace mucha gracia.
También terminamos tirándonos del pelo la una a la otra antes de subir a las atracciones, pero eso es culpa de Marina, que a la primera (¿o segunda?) vez que subimos al Abismo juntas, cuando la atracción nos puso completamente boca abajo, se le ocurrió la fantástica idea de tirarle del pelo a Camino, ya que estaba sentada detrás de ella, casi provocándole un ataque al corazón (en menos de medio segundo pensé que algún mecanismo de la atracción me había atrapado el pelo y que me iba a desnucar. Yo ya estaba celebrando mi funeral cuando me giré y vi a Marina muerta de la risa) (¡La coleta estaba ahí, justo delante de mí! ¡Solo alargué la mano y llegué a ella! ¡No podía no hacer nada! Estoy segura de que hay una ley que prohíbe no hacer nada en estas situaciones). De esta manera queda demostrado que no necesitas ir a la casa del terror para tener algún que otro susto en el parque de atracciones, y al final lo hemos establecido como una bonita tradición.
También hemos de decir que, si bien somos extremadamente escandalosas, somos muy conscientes de nuestro poder de escándalo (¡es-cán-da-lo!, esto es un escándalo~~) y tenemos muy estudiado cuándo y cómo debemos soltar nuestros escalofriantes alaridos para que estos duren más o vayan acorde a los tiempos de la atracción (sería muy trágico si el alarido se nos cortara justo cuando llega el momento estelar de la bajada solo porque hemos empezado a gritar demasiado pronto y nos hemos quedado sin aire. Nos ha pasado). También hemos aprendido a llevar nuestros pulmones y gargantas al extremo (Hola, soy Marina y hago el Tornado en 5 alaridos seguidos, ¡récord!), a variar entre los gritos graves y extremadamente agudos (mi especialidad) y a cambiar las frecuencias de sonido. Al día siguiente estamos molidas y hablamos como camioneros, pero ¿a quién le importa? Algún día, Miguelitos, os enseñaremos a administrar debidamente vuestros gritos, pero hoy no será ese día porque nos estamos pasando de longitud en esta entrada. ¡El caso!
Invitadnos al parque de atracciones. Somos un circo con patas y os lo pasaréis bien. (Marina, ¿tú crees que colará esto?) (Con un poco de suerte… Si cuela, cuela y si no, me la pela). Y si invitarnos al parque os parece demasiado caro, siempre podéis invitarnos a algodón de azúcar si tenéis la suerte de encontrarnos ahí y luego podéis perseguirnos a una distancia prudencial (ya sabemos que hoy en día los límites del acoso están muy difuminados) y así podréis ver el espectáculo en 5ª fila, como hay que ver las películas en el cine.
Contadnos vuestras experiencias en el parque de atracciones más cercano, sabemos que sabéis que queremos saber. Y, por dios, sacadnos de la duda: vosotros qué decís, ¿«carta en la mesa, presa» o «carta en la mesa, pesa»?
También terminamos tirándonos del pelo la una a la otra antes de subir a las atracciones, pero eso es culpa de Marina, que a la primera (¿o segunda?) vez que subimos al Abismo juntas, cuando la atracción nos puso completamente boca abajo, se le ocurrió la fantástica idea de tirarle del pelo a Camino, ya que estaba sentada detrás de ella, casi provocándole un ataque al corazón (en menos de medio segundo pensé que algún mecanismo de la atracción me había atrapado el pelo y que me iba a desnucar. Yo ya estaba celebrando mi funeral cuando me giré y vi a Marina muerta de la risa) (¡La coleta estaba ahí, justo delante de mí! ¡Solo alargué la mano y llegué a ella! ¡No podía no hacer nada! Estoy segura de que hay una ley que prohíbe no hacer nada en estas situaciones). De esta manera queda demostrado que no necesitas ir a la casa del terror para tener algún que otro susto en el parque de atracciones, y al final lo hemos establecido como una bonita tradición.
También hemos de decir que, si bien somos extremadamente escandalosas, somos muy conscientes de nuestro poder de escándalo (¡es-cán-da-lo!, esto es un escándalo~~) y tenemos muy estudiado cuándo y cómo debemos soltar nuestros escalofriantes alaridos para que estos duren más o vayan acorde a los tiempos de la atracción (sería muy trágico si el alarido se nos cortara justo cuando llega el momento estelar de la bajada solo porque hemos empezado a gritar demasiado pronto y nos hemos quedado sin aire. Nos ha pasado). También hemos aprendido a llevar nuestros pulmones y gargantas al extremo (Hola, soy Marina y hago el Tornado en 5 alaridos seguidos, ¡récord!), a variar entre los gritos graves y extremadamente agudos (mi especialidad) y a cambiar las frecuencias de sonido. Al día siguiente estamos molidas y hablamos como camioneros, pero ¿a quién le importa? Algún día, Miguelitos, os enseñaremos a administrar debidamente vuestros gritos, pero hoy no será ese día porque nos estamos pasando de longitud en esta entrada. ¡El caso!
Invitadnos al parque de atracciones. Somos un circo con patas y os lo pasaréis bien. (Marina, ¿tú crees que colará esto?) (Con un poco de suerte… Si cuela, cuela y si no, me la pela). Y si invitarnos al parque os parece demasiado caro, siempre podéis invitarnos a algodón de azúcar si tenéis la suerte de encontrarnos ahí y luego podéis perseguirnos a una distancia prudencial (ya sabemos que hoy en día los límites del acoso están muy difuminados) y así podréis ver el espectáculo en 5ª fila, como hay que ver las películas en el cine.
Contadnos vuestras experiencias en el parque de atracciones más cercano, sabemos que sabéis que queremos saber. Y, por dios, sacadnos de la duda: vosotros qué decís, ¿«carta en la mesa, presa» o «carta en la mesa, pesa»?
Con mucho amor y brillis brillis
Camino y Marina
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